So ging
es ein ganzes Jahr; der Kaiser, der Hof
und alle die übrigen Chinesen konnten
jeden kleinen Kluck in des Kunstvogels Gesang
auswendig, aber gerade deshalb gefiel er
ihnen jetzt am allerbesten; sie konnten
selbst mitsingen, und das taten sie.
Die Straßenbuben sangen »Ziziiz!
Kluckkluckkluck!« und der Kaiser sang
es. Ja, das war gewiß prächtig!
Aber eines Abends, als der Kunstvogel am
besten sang und der Kaiser im Bette lag
und darauf hörte, sagte es »Schwupp«
inwendig im Vogel; da sprang etwas. »Schnurrrr!«
Alle Räder liefen herum, und dann stand
die Musik still.
Der Kaiser sprang gleich aus dem Bette und
ließ seinen Leibarzt rufen. Aber was
konnte der helfen?
Dann ließen sie den Uhrmacher holen,
und nach vielem Sprechen und Nachsehen brachte
er den Vogel etwas in Ordnung, aber er sagte,
daß er sehr geschont werden müsse,
denn die Zapfen seien abgenutzt, und es
sei unmöglich, neue so einzusetzen,
daß die Musik sicher gehe.
Das war nun eine große Trauer! Nur
einmal des Jahres durfte man den Kunstvogel
singen lassen, und das war fast schon zuviel,
aber dann hielt der Spielmeister eine kleine
Rede mit schweren Worten und sagte, daß
es ebensogut wie früher sei, und dann
war es ebensogut wie früher.
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Así
transcurrieron las cosas durante un año;
el emperador, la Corte y todos los demás
chinos se sabían de memoria el trino
de canto del ave mecánica, y precisamente
por eso les gustaba más que nunca;
podían imitarlo y lo hacían.
Los golfillos cantaban: «¡tsitsii,
cluclucluk!», y hasta el emperador
hacía coro. Era de veras divertido.
Pero una noche, estando el pájaro
en pleno canto, el emperador, que estaba
ya acostado, oyó de pronto un «¡crac!»
en el interior del pájaro; algo había
saltado. «¡Schnurrrr!»,
se escapó la cuerda, y la música
cesó.
El emperador saltó de la cama y mandó
llamar a su médico de cámara;
pero, ¿qué podía hacer
el hombre?
Entonces fue llamado el relojero, quien
tras largos discursos y manipulaciones arregló
un poco el ave; pero manifestó que
debían andarse con mucho cuidado
con ella y no hacerla trabajar demasiado,
pues los pernos estaban gastados y no era
posible sustituirlos por otros nuevos que
asegurasen el funcionamiento de la música.
¡Qué desolación! Desde
entonces sólo se pudo hacer cantar
al pájaro una vez al año,
y aun esto era demasiado; pero en tales
ocasiones el Director de la Orquesta Imperial
pronunciaba un breve discurso, empleando
aquellas palabras tan intrincadas, diciendo
que el ave cantaba tan bien como antes,
y entonces cantaba como antes.
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