Die Reisenden
erzählten davon, wenn sie nach Hause
kamen, und die Gelehrten schrieben viele
Bücher über die Stadt, das Schloß
und den Garten, aber die Nachtigall vergaßen
sie nicht, sie wurde am höchsten gestellt,
und die, welche dichten konnten, schrieben
die herrlichsten Gedichte über die
Nachtigall im Walde bei dem tiefen See.
Die Bücher durchliefen die Welt, und
einige kamen dann auch einmal zum Kaiser.
Er saß in seinem goldenen Stuhl, las
und las, jeden Augenblick nickte er mit
dem Kopfe, denn er freute sich über
die prächtigen Beschreibungen der Stadt,
des Schlosses und des Gartens.
»Aber die Nachtigall ist doch das
Allerbeste!«, stand da geschrieben.
»Was ist das?«, fragte der Kaiser.
»Die Nachtigall kenne ich ja gar nicht!
Ist ein solcher Vogel hier in meinem Kaiserreiche
und sogar in meinem Garten? Das habe ich
nie gehört; so etwas soll man erst
aus Büchern erfahren?«
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De regreso
a sus tierras los viajeros hablaban de él,
y los sabios escribían libros y más
libros acerca de la ciudad, del palacio
y del jardín, pero sin olvidarse
nunca del ruiseñor, al que ponían
por las nubes; y los poetas componían
inspiradísimos poemas sobre el ruiseñor
que cantaba en el bosque, junto al profundo
lago. Aquellos libros se difundieron por
el mundo, y algunos llegaron a manos del
emperador. Se hallaba sentado en su sillón
de oro, leyendo y leyendo; de vez en cuando
asentía con la cabeza, pues le satisfacía
leer aquellas magníficas descripciones
de la ciudad, del palacio y del jardín.
«Pero lo mejor de todo es el ruiseñor»,
decía el libro. «¿Qué
es esto? -preguntsó el emperador-.
¿El ruiseñor? Jamás
he oído hablar de él. ¿Es
posible que haya un pájaro así
en mi imperio, y precisamente en mi jardín?
Nadie me ha informado. ¡Está
bueno que uno tenga que enterarse de semejantes
cosas por los libros!» |