Da fiel
die Krötenhaut, und die junge Schönheit
stand da; – doch das Haupt neigte
sich müde, die Glieder bedurften der
Ruhe – sie schlief.
Aber der Schlaf war nur kurz. Um Mitternacht
wurde sie geweckt; vor ihr stand das tote
Pferd voll strahlenden Lebens, aus seinen
Augen und dem verwundeten Hals leuchtete
ein schwacher Schein, und neben ihm zeigte
sich der erschlagene christliche Priester.
»Schöner als Baldur«, würde
die Wikingerfrau gesagt haben, und doch
kam er wie in feurigen Flammen. Es lag ein
Ernst in den großen, milden Augen,
ein so gerechtes Urteil, ein so durchdringender
Blick, daß es gleichsam bis in den
tiefsten Herzenswinkel der nun Erprobten
drang. Klein-Helga zitterte, und ihre Erinnerung
erwachte mit einer Kraft wie am Tage des
Jüngsten Gerichts. Alles, was ihr Gutes
erwiesen, jedes liebevolle Wort, das ihr
gesagt worden war, wurde gleichsam lebendig.
Sie erkannte, daß es die Liebe gewesen,
die sie hier in den Tagen der Prüfung
aufrecht erhalten hatte. Sie sah klar, daß
sie nur den Trieben ihrer Stimmungen gefolgt
war, selbst aber nichts dazu getan hatte.
Alles war ihr gegeben, und alles zu ihrem
Besten gefügt worden. Sie beugte sich
nieder, demütig und voller Scham vor
dem, der in jeder Falte ihres Herzens lesen
konnte, und im gleichen Augenblick fühlte
sie sich wie von einem Blitzstrahl der Läuterung,
dem flammenden Funken des heiligen Geistes
durchdrungen.
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Le cayó
la envoltura de rana y volvió a ser
una joven y espléndida doncella.
Pero su cabeza, fatigada, se inclinó;
sus miembros pedían descanso, y se
quedó dormida. Pero su sueño
fue breve, pues se despertó a medianoche.
Ante ella estaba el caballo muerto, radiante
y lleno de vida; de sus ojos y del cuello
herido irradiaba un brillo singular. A su
lado había el sacerdote cristiano.
«¡Más hermoso que Baldur!»,
habría dicho la mujer del vikingo,
y, sin embargo, venía como rodeado
de llamas ardientes. El sacerdote la miraba
con ojos grandes, en los que la dulzura
templaba la justicia. El alma de Helga quedó
como iluminada por la luz de aquella mirada.
Los repliegues más recónditos
de su corazón quedaron al descubierto.
Helga se estremeció, y su recuerdo
se despertó con una intensidad como
sólo se dará en el día
del juicio. Su memoria revivió todas
las bondades recibidas, todas las palabras
amorosas que le habían dirigido.
Comprendió que era el amor lo que
la había sostenido en los días
de prueba, en los que la criatura hecha
de alma y cieno fermenta y lucha. Se dio
cuenta de que no había hecho más
que seguir los impulsos de sus instintos,
sin hacer nada para dominarlos. Todo le
había sido dado, todo lo había
dirigido un poder superior. Se inclinó
profundamente, llena de humildad y de vergüenza,
ante Aquel que sabía leer en cada
pliegue de su corazón. Y entonces
se sintió como penetrado de un rayo
de purificación, de la chispa de
la llama del Espíritu Santo.
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