Die
vom Zuge heimgekehrten Männer hatten
von den prächtigen Tempeln aus köstlich
behauenen Steinen erzählt, die für
ihn errichtet worden waren, dessen Gebot
die Liebe war. Ein paar schwere, goldene
Gefäße, kunstvoll geformt und
ganz und gar ans reinem Golde, denen würzige
Gerüche entströmten, waren unter
der heimgebrachten Beute. Es waren Räucherfässer,
die die christlichen Priester vor dem Altar
schwangen, auf dem niemals Blut floß
sondern Wein, und dieser und das geweihte
Brot verwandelten sich in seinen Leib und
sein Blut, die hingegeben waren für
noch ungeborene Geschlechter.
In des Blockhauses tiefem steinernen Keller
war der junge Gefangene, der christliche
Priester, untergebracht und mit Bastschnuren
an Händen und Füßen gefesselt
worden. »Herrlich wie Baldur anzusehen«,
war er, wie die Wikingerfrau sagte, und
sie wurde von seiner Not gerührt; aber
Jung-Helga verlangte, daß man eine
Schnur durch seine Kniesehnen zöge
und ihn an den Schwänzen der wilden
Stiere festbände.
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Los hombres
al volver de la expedición, habían
hablado de los magníficos templos,
construidos con ricas piedras labradas,
en honor de aquel dios cuyo mandamiento
era el amor. Habían traído
varios vasos de oro macizo, artísticamente
trabajados, y que despedían un singular
aroma.
Eran incensarios, de aquellos que los sacerdotes
cristianos agitaban ante el altar, en el
que nunca manaba la sangre, sino que el
pan y el vino consagrados se transformaban
en el cuerpo y la sangre de Aquel que se
había ofrecido en holocausto para
generaciones aún no nacidas.
El joven sacerdote cautivo fue encerrado
en la profunda bodega de piedra de la casa,
con manos y pies atados con cuerdas de fibra.
Era hermoso, «hermoso como el dios
Baldur», había dicho la esposa
del vikingo, la cual se compadecía
de su suerte, mientras Helga pedía
que le pasasen una cuerda a través
de las corvas y lo atasen a los rabos de
toros salvajes.
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