Aber das
Allerkünstlichste war, daß wenn
man den Finger in den Dampf des Topfes hielt,
man sogleich riechen konnte, welche Speisen
auf jedem Feuerherd in der Stadt zubereitet
wurden. Das war wahrlich etwas ganz anderes
als die Rose! Nun kam die Prinzessin mit
allen ihren Hofdamen daherspaziert, und
als sie die Melodie hörte, blieb sie
stehen und sah ganz erfreut aus, denn sie
konnte auch "Ach, du lieber Augustin"
spielen. Das war das Einzige, was sie konnte,
aber das spielte sie mit einem Finger. "Das
ist ja das, was ich kann!", sagte sie.
"Dann muß es ein gebildeter Schweinehirt
sein! Höre, gehe hinunter und frage
ihn, was das Instrument kostet!"
Da mußte eine der Hofdamen hineingehen.
Aber sie zog Holzpantoffeln an. "Was
willst du für den Topf haben?",
fragte die Hofdame. "Zehn Küsse
von der Prinzessin!", sagte der Schweinehirt.
"Gott bewahre uns!", sagte die
Hofdame. "Ja, anders tue ich es nicht!",
anwortete der Schweinehirt.
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Pero
lo más asombroso era que, si se ponía
el dedo en el vapor que se escapaba del
puchero, enseguida se adivinaba, por el
olor, los manjares que se estaban guisando
en todos los hogares de la ciudad. ¡Desde
luego la rosa no podía compararse
con aquello! He aquí que acertó
a pasar la princesa, que iba de paseo con
sus damas y, al oír la melodía,
se detuvo con una expresión de contento
en su rostro; pues también ella sabía
la canción del "Querido Agustín".
Era la única que sabía tocar,
y lo hacía con un solo dedo. -¡Es
mi canción! -exclamó-. Este
porquerizo debe ser un hombre culto. Oye,
vete abajo y pregúntale cuánto
cuesta su instrumento.
Tuvo que ir una de las damas, pero antes
se calzó unos zuecos. -¿Cuánto
pides por tu puchero? -preguntó.
-Diez besos de la princesa -dijo el porquerizo.
-¡Dios nos asista! -exclamó
la dama.
-Éste es el precio, no puedo rebajarlo
-, respondió el porquerizo. |