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Als das
böse Wetter vorbei war, standen die
Blumen und das Korn in der stillen, reinen
Luft erfrischt vom Regen, aber der Buchweizen
war vom Blitz kohlschwarz gebrannt; er war
nun ein totes Unkraut auf dem Felde. Der
alte Weidenbaum bewegte seine Zweige im
Winde, und es fielen große Wassertropfen
von den grünen Blättern, gerade
als ob der Baum weine, und die Sperlinge
fragten:»Weshalb weinst du? Hier ist
es ja so gesegnet! Sieh, wie die Sonne scheint,
sieh, wie die Wolken ziehen! Kannst du den
Duft von Blumen und Büschen bemerken?
Warum weinst du, alter Weidenbaum?«
Und der Weidenbaum erzählte vom Stolze
des Buchweizens, von seinem Übermute
und der Strafe, die immer darauf folgt.
Ich, der die Geschichte erzähle, habe
sie von den Sperlingen gehört. Sie
erzählten sie mir eines Abends, als
ich sie um ein Märchen bat.
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Pasada ya la tormenta, las flores y las mieses se abrieron y levantaron de nuevo en medio del aire puro y en calma, vivificados por la lluvia; pero el alforfón aparecía negro como carbón, quemado por el rayo; no era más que un hierbajo muerto en el campo. El viejo sauce mecía sus ramas al impulso del viento, y de sus hojas verdes caían gruesas gotas de agua, como si el árbol llorase, y los gorriones le preguntaron:
- ¿Por qué lloras? ¡Si todo esto es una bendición! Mira cómo brilla el sol, y cómo desfilan las nubes. ¿No respiras el aroma de las flores y zarzas? ¿Por qué lloras, pues, viejo sauce?
Y el sauce les habló de la soberbia del alforfón, de su orgullo y del castigo que le valió. Yo, que os cuento la historia, la oí de los gorriones. Me la narraron una tarde, en que yo les había pedido que me contaran un cuento. |